‘Tras las huellas de la sierra’ nos lleva al asentamiento original de Guadarrama

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2 añosel
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RedacciónGuillermo Herrero.- No es la primera vez que ‘Tras las huellas de la sierra’ llegamos a Guadarrama. Este enclave serrano aún guarda muchos rincones con historia, hoy comenzamos el paseo en el asentamiento original de la localidad.
La Herrería del Berrueco
A unos tres kilómetros del casco urbano de Guadarrama, y al Oeste del mismo, existió un poblado situado en un enclave llamado ‘la Herrería del Berrueco’. Este asentamiento humano ha sido considerado por algunos investigadores como el asentamiento original de Guadarrama. Sin embargo, el lugar estaba alejado de cualquier vía de comunicación importante y en un medio abrupto, rodeado de pinos y jarales, que impedía la práctica de la agricultura en su entorno inmediato. Esto hace pensar que dicha suposición no es del todo acertada y que, aunque resulta innegable la existencia de dicho poblado, conocido más adelante como San Macario, no se trata del asentamiento original, sino que debió coexistir al mismo tiempo con Guadarrama.
Cordel de Valladolid
Una de las profesiones que tuvieron algunos vecinos de Guadarrama en la época medieval fue la de transportista de mercancías. Principalmente se transportaban, desde la meseta sur a la meseta norte, vinos, cereales, lanas, aceitunas…
Sin embargo existía el problema de qué en la temporada invernal era muy complicado cruzar la Sierra de Guadarrama por lo que numerosos parejas de bueyes aguardaban en los montes de Toledo a que llegara el buen tiempo para poder cruzar la sierra. Y cuando llegaba la primavera todos los carros salían la vez, por lo que este Cordel de Valladolid era comúnmente conocido como el camino de carros, ya que en ocasiones se convertía en una fila de carros unos seguidos de otros.
Prado de la Nava
El actual Parque Municipal era antiguamente conocido como Prado de la Nava. Se cuenta que, tales fueron las secuelas que había causado la catástrofe de la guerra, que a algunos les había instalado en los mismos dominios en los que, siglos atrás, Cervantes situó a D. Alonso Quijano. Vean lo que se cuenta de un efímero alcalde que hubo al poco de terminar la contienda:
El propio alcalde, con alguno de los guardias municipales y el alguacil, se acercaban con frecuencia al comienzo de la Alameda y les hacía poner la rodilla en tierra para, después, tenerles un rato con la oreja contra el suelo a ver si oían venir a los maquis. En otra ocasión estuvieron a punto de dar caza al ‘enemigo’: ante los ruidos repetidos y extraños procedentes del interior de unos zarzales que había en el prado de la Nava, el gobernante mandó a sus fuerzas rodear el enclave y con voz enérgica, con la que intentaba ocultar el miedo que no le cabía en el cuerpo, conminó al intruso para que saliera con los brazos en alto. Al no salir nadie, mandó a un agente a que se adentrara en el lugar para reducirle. El causante no era sordo, sino burro.
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