logo onda cero

ESCÚCHANOS ONLINE

Tras las huellas de la sierra

El origen del topónimo Patones de Abajo

Escrito hace

12 meses

el

Compartir en facebook
Compartir en twitter
Compartir en linkedin
Compartir en whatsapp
Compartir en telegram
Compartir en reddit
Compartir en email
Compartir en print

Guillermo Herrero – En Patones se han encontrado restos de un núcleo de población visigodos. Tiene dos núcleos de población, Patones de Arriba y Patones de Abajo.

Patón o Patones era un nombre de varón posiblemente de origen cantábrico, al igual que Mangión o Mangiones, que dio lugar a Mangirón. Son nombres muy antiguos, que apenas aparecen en los diplomas de los monasterios medievales por utilizarse sólo en zonas muy aisladas y rurales. Esta Sierra Norte madrileña, pobre, ganadera y aislada, debió ser repoblada principalmente por montañeses de Cantabria o Palencia, bien adaptados a esas condiciones. Como curiosidad todavía existe el apellido Patón.

Patones de Arriba cuenta con una tradición de aislamiento que ha llegado hasta nuestros días, cuando se cuenta que los árabes ignoraron este pueblo durante su invasión. No sabemos si sucedió así, pero el aislamiento de Patones de Arriba es innegable y eso facilita que se conserven tradiciones muy antiguas. Una de ellas es la leyenda del “rey de Patones”, del que hay constancia histórica de que existió durante varios siglos, y que debía ser una especie de “juez de paz” anciano cuya autoridad era aceptada por los vecinos. Esta tradición duró aproximadamente hasta finales del siglo XVIII, ya que en 1826 vivía en el pueblo un anciano de 90 años que afirmaba haber conocido al último Rey de Patones, que según él se llamaba Juan Prieto.

Un juez anciano dirimiendo mediante el derecho de la costumbre, los problemas de los vecinos, y al margen de la normativa oficial. Es lógico que en Patones se haya mantenido una tradición tan castellana y tan montañesa, ya que hay claros indicios de que fueron montañeses los que repoblaron al menos Torrelaguna, Uceda, Cincovillas, Cervera de Buitrago, Berzosa de Lozoya, Piñuécar y seguramente Mangirón. Cantabria siempre fue una comarca castellana, conocida como La Montaña.

Pontón de la Oliva

Esta presa fue levantada en la segunda mitad del siglo XIX, en el contexto de las obras de construcción del Canal de Isabel II, con el objetivo de que fuera el embalse principal que abasteciera de agua a la ciudad de Madrid. Sin embargo, nunca pudo ser explotada adecuadamente.

Fue sin duda uno de los grandes fallos del abastecimiento de agua en la capital, ya que, en el siglo XIX, durante el reinado de Isabel II, la Villa de Madrid contaba con una población creciente de 206.000 habitantes. En esos años, solo una minoría disfrutaba del agua en sus hogares.
El río Manzanares no ofrecía alternativa, ya que su bajo caudal y su condición de “vertedero” hacían inviable cualquier proyecto en su interior. Sin embargo, el río Lozoya era una opción, así que desde el siglo XVIII se investigaron proyectos para transportar sus aguas a Madrid.

En 1848, los ingenieros Juan Rafo y Juan de Ribera presentaron la “Memoria razonada sobre las obras necesarias para el abastecimiento de agua a Madrid”, que situaba al río Lozoya como fuente principal de abastecimiento por la calidad y pureza de sus aguas. El sistema diseñado incluía un canal (el Canal de Isabel II original) de 77 kilómetros de aguas rodadas desde una presa que se construiría cerca de la desembocadura del río en el Jarama, en un valle conocido como el cerro de la Oliva.

En agosto de 1851 comenzó la construcción de la faraónica (para aquellos tiempos) obra, con la “participación” en durísimas condiciones de 1.500 presos de las guerras carlistas, 200 obreros libres y 400 animales.

Pero los problemas estructurales del Pontón de la Oliva, una presa de 72 metros de longitud y 27 de altura, no hacían nada más que empezar: para empezar, durante las obras, el agua se salía por los contactos con el muro. Aun así, 5 años después finalizaba su construcción. Por cierto, resulta tristemente irónico que una presa hecha por presos tuviera fugas.

Durante el invierno, el Pontón de la Oliva sí se llenaba, en parte gracias a las lluvias estacionales. Sin embargo, las pérdidas el resto del año no compensaban la funcionalidad de la presa. Es más, en verano el nivel del embalse descendía por debajo del nivel del canal de salida.

El motivo fue que el lugar escogido era un terreno de calizas, que se disolvían al contacto constante con el agua y que destaponaban cavernas en las paredes del embalse. Según cuentan los relatos, los habitantes de la zona conocían perfectamente las “cuevas” existentes y por las cuales se “salía” el agua, pero vista la falta de costumbre de consultar a las poblaciones locales, no se tuvo en cuenta ese factor.

Por ello, la vida del Pontón de la Oliva fue bastante corta. La solución llegó en 1860 y de forma urgente se construyó la la pequeña presa de Navarejos para poder tomar el agua del río. Paulatinamente, el Pontón de la Oliva fue abandonado y sustituido por la del Embalse del Villar, 22 kilómetros aguas arriba.

Hoy en día, los alrededores de la infraestructura abandonada de la presa son punto de encuentro para aficionados a la escalada. La presa forma parte del patrimonio histórico de la sierra de Ayllón.

¿Te gusta este contenido?, ¡compártelo!
Compartir en facebook
Compartir en twitter
Compartir en linkedin
Compartir en whatsapp
Compartir en telegram
Compartir en reddit
Compartir en email
Compartir en print
Tras las huellas de la sierra
Tras las Huellas de la Sierra: El libro de la Montería, nuestra guía por la España del siglo XIV

Escrito hace

1 mes

el

26/04/2023
Libro de la Montería siglo XIV
Continuar leyendo
Tras las huellas de la sierra
Tras las Huellas de la Sierra: El libro de la Montería, nuestra guía por la España del siglo XIV (primera parte)

Escrito hace

1 mes

el

19/04/2023
libro de la Montería
Continuar leyendo