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Tras las huellas de la sierra

El río Manzanares, historia de un humilde río que pudo ser navegable

Escrito hace

1 año

el

 Guillermo Herrero – El río Manzanares tomó el nombre del pueblo, es decir, que simplemente es “el rio que pasa por Manzanares El Real“. En el Fuero de Madrid (1202) se le nombra como río Guadarrama, denominación que al parecer mantuvo hasta el s. XVII, aunque en ocasiones se le ha llamado también río Madrid. Por eso precisamente al lugar donde se vacía en el Jarama se le llamó Vaciamadrid.

A pesar de que en la capital tenemos una buena impresión de este río, por desgracia siempre ha sido el hazmerreír de otras capitales europeas ya que el Manzanares no puede competir con el Sena, el Támesis o el Danubio.

Es por ello que el río que riega Madrid ha sufrido burlas y comentarios despectivos a lo largo de la historia, como el pronunciado por el emperador del Sacro Imperio Germánico, Rodolfo II, quien dijo con intencionada sorna que era «el mejor río del mundo» porque era el único «navegable a caballo». Otro de estos episodios tuvo lugar cuando las tropas napoleónicas invadieron Madrid en 1808 y un general francés exclamó “no sólo han huido los españoles, también se ha fugado el río”.

También en la literatura el Manzanares ha sido protagonista, como cuando Rafael Alberti dictaminó que «Pobrecito río, donde solo botan los barquitos los chiquillos».

Pero también hubo quien destacó que, a falta de agua, buenos fueron los puentes. Fue Lope de Vega, como sus coetáneos Francisco de Quevedo y Luis de Góngora, a través de construcciones como el Puente de Segovia, quien acertó a destacar las construcciones que se hacían para cruzar el Manzanares: «Y aunque un arroyo sin brío os lava el pie diligente / tenéis un hermoso puente con esperanzas de río».

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No obstante, para los niños holandeses el Manzanares es sin duda uno de sus ríos favoritos. Según cuenta la leyenda San Nicolás no viene de Laponia como “nuestro” Papá Noel, sino que “Sinterklaas” curiosamente reside en España, concretamente, en Madrid. Y desde Madrid va navegando hacia el Cantábrico, para desembarcar en Holanda y llevar los juguetes y los quesos de bola a los párvulos de allá.

Este “origen” español no es casual, ya que al parecer, los restos del verdadero San Nicolás descansan en Bari, ciudad italiana que estuvo integrada en el antiguo reino de las “Dos Sicilias“, el cual perteneció al imperio español gobernado por el emperador Carlos I de España y V de Alemania. De ahí parte la creencia de que San Nicolás llegue de España y, por asociación, de Madrid, la capital del imperio en aquellos años.
Y a veces que las leyendas se cumplen, o están a punto de cumplirse. En este caso el humilde Manzanares estuvo a punto de ser navegable, pero no hacia el Cantábrico como dicen los niños holandeses, sino hacia Lisboa, para hacer de Madrid ese puerto de mar que siempre ansió ser.

Según cuentan Marco y Peter Besas en el libro ‘Madrid oculto’, en 1580, en pleno auge del imperio de Felipe II, el ingeniero italiano Juan Bautista Antonelli presentó al monarca un plan para ensanchar los ríos Tajo y Manzanares desde Lisboa hasta Madrid, pasando por Toledo, de modo que los galeones españoles pudieran llegar cargados de oro y especias hasta la capital.

Tanta fe (y dinero) tenía Felipe II en el proyecto que se emprendieron los trabajos de construcción entre las ciudades de Abrantes y Alcántara, “con excelentes resultados”. Y el proyecto hubiera seguido delante de no ser porque España movilizó todos los recursos del reino para la construcción de la Armada Invencible y la invasión de Inglaterra que, como todo el mundo sabe, acabó en una humillante derrota. El cariacontecido rey perdió todo interés por el proyecto: «¿Para qué tener un puerto si nos han destruido casi todos nuestros barcos?», se preguntaba.

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Mas tarde otro italiano, Luis Carduchi, intentó convencer a otro Felipe (IV) de la viabilidad de navegar por el Tajo hasta Madrid. Para ello, este matemático escribió “un detallado libro con todas las posibilidades”, pero ni por esas. El único rey que ejecutó obras para hacer navegable el Manzanares fue Carlos III, en 1770, que abrió “un canal navegable”. Pero la obra apenas alcanzó diez kilómetros, una minucia de los 625 que separan Madrid de Lisboa.

La mejora de las carreteras y la llegada del ferrocarril hicieron que el canal perdiera todo su sentido, por lo que podemos afirmar que el proyecto de hacer navegable en Manzanares “hizo aguas”.

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