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Tras las huellas de la sierra

Tras las huellas de la Sierra: El despoblado embrujado de Santa María de la Alameda

Escrito hace

7 meses

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Guillermo Herrero, responsable del proyecto de toponimia de ADESGAM.-Santa María de la Alameda recibe su nombre porque su iglesia está dedicada a la Virgen María, que es, posiblemente, la figura religiosa a la que se han dedicado más iglesias en España.

La segunda parte de su nombre, “de la Alameda” surgió por la ubicación del pueblo en un bosque de álamos, que es el nombre que reciben en Castilla los olmos (Ulmus minor). Es un error interpretar, como suele hacerse, que el topónimo Alameda se refiere al chopo (Populus nigra), ya que sus formaciones se llamaban tradicionalmente pobedas.

Por desgracia los olmos están casi todos muertos por una enfermedad, la grafiosis, detectada en la Península Ibérica por primera vez en los años 80.

Dentro del término municipal de Santa María de la Alameda existieron varios lugares que en su momento formaron pequeños pueblos hoy en estado ruinoso y conocidos como despoblados. Entre ellos se encuentran Alaminejo, Herrería de Arriba, La Cereda y La Lastra.

Curiosamente este último despoblado no desapareció por éxodo rural que dejó bajo mínimo de habitantes a tantas poblaciones, sino a los enfrentamientos que tuvieron lugar durante la Guerra Civil Española, que no dejo una sola casa en pie, tan solo la espadaña de la malograda iglesia. Tras la guerra, los supervivientes no volvieron al que fue su pueblo, La Lastra, sino que se diseminaron por otras poblaciones.

Los antiguos habitantes, que emigraron durante los inicios del conflicto bélico, prefirieron establecerse en otros lugares y no regresar a un pueblo con “tan mala fama” ya que se decía que, a escondidas, varias mujeres de La Lastra practicaban artes oscuras con danzas invocadoras y que éste era un hecho probado, ya que, a las afueras, crecían setas formando grandes círculos, que señalaban el lugar de reunión de los aquelarres de brujas.

Estas “evidencias” indujeron a que los habitantes de otros pueblos limítrofes subieran de noche a cazarlas y arrinconaban y asustaban a las mujeres hasta que confesaban su verdadera condición. Hoy en día, se sabe que el crecimiento circular de los hongos no se trata de un fenómeno sobrenatural sino de un efecto del desarrollo normal de sus filamentos subterráneos.

Además, el sociólogo y escritor Bernaldo de Quirós, descubrió existía la leyenda en el pueblo de una mujer licántropo, que ejercía el oficio de la usura entre sus vecinos y el de mendiga en los pueblos aledaños. Decían que llegando el celo del lobo con los fríos del invierno, pese a su avanzada edad, se echaba al campo y se rasgaba las ropas, e incluso, había llegado a morder al ganado. Y que era cuando se le pasaban estas fiebres, que acudía de nuevo al pueblo y ejercía como una más de los vecinos.

Con la desaparición de las brujas y las mujeres-lobo llegaron los fantasmas. En muchas casas de La Lastra se escuchaban ruidos extraños e incluso algunos habitantes contaron haber recibido la visita de sus familiares difuntos. Sin embargo, sólo una de ellas poseía un auténtico espectro, que se manifestaba violentamente con la entrada de extraños.

Y es que se cuenta que en una de las casas de La Lastra vivió una viuda cuyo único descendiente había marchado siendo joven a la ciudad. Cuenta la historia que, viéndose muy enferma la anciana y sabedora de que llegaba su final, mandó llamar a su hijo para poder despedirse de él. Lamentablemente, su hijo la envió por respuesta una carta en la que, sin rodeos ni adornos, se despedía de su madre.

Fallecida la anciana, su espíritu se encontraba inquieto por no haber podido despedirse en paz de su hijo, y se negó a abandonar la casa. Por ello mostraba su tristeza e indignación a los presentes con lamentos y sollozos nocturnos, así como mediante el lanzamiento de objetos a aquel que entrara en la vivienda. Con la destrucción de la aldea por los enfrentamientos, el espíritu no tuvo ya morada que ocupar, por lo que, desde entonces, merodea entre los restos de las casas a la espera de que algún día su hijo regrese para poder despedirse y marchar en paz.

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