Tras las Huellas de la Sierra: Historia de los Molinos Harineros

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Los pueblos madrileños generalmente se autoabastecían en siglos pasados de pan, un alimento imprescindible entonces mucho más que ahora. En cambio la capital estuvo muchas veces desabastecida a pesar de que bastantes poblaciones situadas a cierta distancia de la corte, estuvieron obligadas durante cerca de dos siglos a suministrar el que se llamó “pan de registro”.
En 1630, por ejemplo, todos los pueblos comprendidos dentro de las 20 leguas de distancia de la capital, que entonces eran 504, tuvieron forzosamente que aportar allí el número de fanegas semanales de pan que se les asignó a cada uno, de acuerdo con el número de vecinos y las posibilidades económicas que tenían.
A pesar de eso en muchas ocasiones el pan llegó a escasear e incluso faltar en Madrid, como vemos en un documento del Archivo Histórico Nacional:
Esta corte en ocasiones padece mucho con la falta de pan, la qual algunos días por accidentes que sobrevienen, se suele estrechar tanto que a no ser el pueblo español tan paciente y tan fiel, se pudiera temer algún movimiento cuydadoso.
En efecto la escasez de pan en Madrid dio lugar a veces a graves desórdenes. El motín del 8 de abril del año 1699 que produjo la caída política del conde de Oropesa, fue debido a una carestía de alimentos, sobre todo de pan. El de Esquilache, en marzo de 1766, fue una protesta por la falta de pan tras las malas cosechas de los dos años anteriores.
En los ríos de la provincia de Madrid y en los principales arroyos que desembocan en ellos, hubo antiguamente numerosos molinos harineros. La toponimia nos dice dónde estuvieron situados muchos de ellos. Los nombres de dos pueblos madrileños (Arroyomolinos y Los Molinos) son significativos de la actividad principal a que se dedicaban bastantes de sus vecinos.
Como curiosidad, a veces la capacidad de los molinos para moler disminuía porque el agua era aprovechada río arriba para regar. Los vecinos de Cercedilla, Los Molinos, etc. empleaban el agua del Guadarrama para regar sus prados y huertos e impedían moler a los de Las Rozas.
Durante el siglo XVIII el número de molinos en funcionamiento en la provincia de Madrid aumentó de forma considerable y a mediados del XIX eran ya “infinitos” según Madoz.
En los años finales de ese siglo y primeros del XX este tipo de molinos fueron desapareciendo paulatinamente al ser sustituidos por otros movidos mecánicamente.
Un molino ayudando a crear El Quijote
En el río Lozoya que atraviesa la Comunidad de Madrid de forma transversal a lo largo de más de 90 km hasta desembocar en el Jarama, se situaba un molino que estaba dedicado a la producción de papel.
Se encontraba emplazado en la finca de los Batanes, uno de los cuarteles -áreas- en las que se dividían las tierras de la orden de La Cartuja de Santa María de El Paular. El batán es un artefacto que transforma tejidos gracias a una rueda hidráulica que activa los mazos que compactarán los tejidos. Estos instrumentos fueron comunes en nuestro país hasta el siglo XIX.
El antiguo molino de papel de los Batanes fue comprado a finales del siglo XIV en la localidad de la Alameda y su primer encargo fue el de serrar la madera que serviría en la construcción del Monasterio de El Paular. Posteriormente, el molino se convirtió en una fábrica de papel al uso. De ésta, se dice que salieron los pliegos para la «editio princeps» de El Quijote o, lo que es lo mismo, la primera edición impresa de la obra que fue realizada en la casa de Juan de la Cuesta en 1605.
Tal fue la repercusión de la obra desde un primer momento que tras el incendio de la fábrica, décadas después, Felipe IV perdonó a los propietarios el pago de los tributos correspondientes. Como curiosidad, apuntaremos que el monarca había nacido el mismo año en el que se imprimió El Quijote. Gracias a este molino, la Sierra de Guadarrama estará siempre vinculada a una historia de leyenda que ha hecho de su protagonista un símbolo universal.

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